Dicen que potencialmente 3,200 millones de personas seguimos el desarrollo de los Juegos Olímpicos de Invierno desde Vancouver. Yo no sé en los demás hogares, pero en el mío sí se vivieron grandes momentos de adrenalina, pasión e intensidad deportiva, con la final de la prueba de patinaje masculino de figura. Hasta el frío se me olvidó.
Ésta es una de las competencias más esperadas y no hay duda del por qué. En la pista los patinadores derrochan su destreza para elevarse entre saltos y piruetas, se extienden a los puntos cardinales y conservan (mayoritariamente) el equilibrio. Lo hacen ver tan fácil que así más de uno se anima a arriesgarse a terminar de nalgas en el hielo o estrellarse en las barreras de contención.
Anoche el resultado fue polémico, casi inesperado.
Evan Lysacek, oro.
Pese a que el público no esperaba que le asignaran la primera posición, –si me lo preguntan– yo estoy completamente de acuerdo con los jueces –y si no, de todos modos ya lo dije–.
El americano ciertamente no es tan experto, mas sí experimentado desde 1994, sin embargo su participación fue una estupenda combinación entre la disciplina deportiva y un toque artístico de danza y drama. No estaba de más que luciera sus estudios de actuación en la Professional Arts School de Beverly Hills.
Con un traje de Christian Dior y el fondo musical de Sheherazade, de Nikolai Rimski-Korsakov, paso a paso logró una coreografía natural y armónica. Una extraordinaria ejecución. Bien merecida la primera posición.
Evgeni Plushenko, plata.
Caracterizado por una bien trabajada técnica, el ruso favorito de la noche perdió el escaño más alto, nadie le robó nada, simplemente le ganó el orgullo propio.
Su destacada trayectoria guardaba la esperanza de que él se convertiría en el mejor patinador sobre hielo en la historia de los Olímpicos de Invierno, sin embargo fueron más fuertes sus desplantes arrogantes y engreídos.
No quiere decir que tuviera una mala participación esta vez. Contó con el Tango amore de Edvin Marton, música original y especialmente dedicada para su presentación, y a pesar de eso, precisamente todos esperábamos que “el mejor” volara sobre la pista y estremeciera el hielo. No sucedió.
Confiado en su coordinación perfeccionada, no hizo nada extraordinario que no hubiese hecho antes, y ese es el punto, de él se esperaba más y no lo dio, por eso también es bien merecida la medalla, no más.
Moraleja: no hay que confiarse en ser el primero, porque el segundo siempre dará un esfuerzo adicional, y eso puede marcar la diferencia.
Daisuke Takahashi, bronce.
Realizó una muy bella interpretación de La Strada, su actuación seguramente sirve de muestra de la cultura japonesa, precisa y disciplinada.
Al principio el obvio nerviosismo lo hicieron resbalar después de un giro, calló al piso y se levantó, continuó con la rutina y no tuvo más fallas. No se dejó vencer por la inevitable inseguridad ante los errores.
Eso nos deja nuevamente una lección: seguir adelante, si se tiene confianza en el entrenamiento, habrá un buen término.
Nobunari Oda, mención honorífica.
A mi gusto, éste japonés pudo haber logrado una mejor posición, su interpretación de algunas piezas musicales de las películas de Charles Chaplin tuvo una buena traslación en cuanto a los movimientos característicos de este actor británico.
Sin embargo un terrible accidente le impidió continuar con su rutina. Casi al término de su participación calló, se le rompió una bota, la reparó y volvió a la pista. Se dice que desciende de un linaje de guerreros, después de verlo nadie lo cuestiona.
Johnny Weir, mención especial.
¡Qué personaje! Este americano no sólo muestra su técnica y su arte en el patinaje sobre hielo, sino que además es todo un espectáculo. Supongo que al oído su íntima amiga, Lady Gaga, le debe estar aconsejando ser el centro de la atención.
Con esa influencia, bien podría ser Johnny Rare o Johnny Queer, de cualquier modo qué bueno que goza y disfruta de esa libertad. ¡Hay que verlo! Es un atleta fuera de serie… ¡y fuera del closet!
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