EJERCICIO DE IMAGINACIÓN

Hace semanas se desató una multitudinaria cantidad de críticas con respecto a la propuesta del Paquete Económico Mexicano 2010. Manifestadas por analistas sociales, políticos, economistas, periodistas, hasta humoristas, muchas van y muchas otras vendrán.

Ahora, en todo este panorama de incertidumbre, parece que como una papa caliente, ya se la pasaron a los legisladores. Ellos dicen que no aceptarán la propuesta del Ejecutivo, así tal cual… habrá que ver qué deciden en nuestra representación.

Pero a pesar de lo tentador que pudiera ser el ponerle palabras a lo que piensa “la inmensa mayoría de mexicanos” acerca del Gobierno (entiéndase los funcionarios públicos de cualquier nivel y dependencia), el escenario que nos ocupa es otro.

En el ejercicio de imaginación de hoy se encuentra el Señor Carstens. Ese hombre seguramente inteligente y culto, que ha llegado a casa después de un afanoso día de trabajo. Se ha dispuesto a recostarse en un mullido sillón de piel de ternera, colocado en un rincón apacible de su amplia biblioteca bordeada por muebles de ébano, relucientes esculturas y enciclopedias multicolores, interdisciplinarias y políglotas.

Esa noche, después de que un inseparable asistente ha colocado el portafolios justo a un costado del escritorio de diseño provenzal y se ha despedido, el Señor Carstens hace una escala junto a la vitrina, de ahí toma un vaso de cristal, aprecia su fino diseño italiano y vierte dentro de éste un trago de escocés. En una media vuelta, encuentra su caja de habanos, se deleita con su aroma recién expuesto como si el cigarro se tratase de un neonato en el día de su nacimiento.

Con escocés y habano en manos, se dirige a su sillón, los coloca en una mesita lateral y se acomoda libremente. Suspira con profundidad al mismo tiempo que toma uno de los pañuelos que alguien ha dispuesto para limpiar sus anteojos. Enciende su cigarro y se dispone a recuperar el hilo de la trama que dejó inconclusa de la novela de misterio que ha estado leyendo por semanas.

Con el andar del péndulo que musicaliza la noche silenciosa, se desvanece el humo, se consume la bebida y disminuyen las páginas a la derecha. Al día siguiente se dispone para el trabajo que el Señor Presidente le ha encomendado.

No es difícil el ejercicio, ¿cierto? No sólo por la opulencia en la que SUPONEMOS que vive el Señor Carstens de nuestra imaginación. También es sencillo pensar que este cuento corto puede ser bastante real, porque al parecer lo inteligente y culto que supusimos en un inicio de él, es derivado de que se intruye con obras maestras la Literatura Universal, asiste a museos y galerías de artes plásticas y recitales de música sinfónica, no pierde su valioso tiempo viendo noticiarios en televisión, no escucha a los analistas en la radio, no lee columnas en los diarios.

Si así fuera, si de vez en cuando viera un noticiero, si escuchara alguna crítica, si revisara las primeras planas, se daría cuenta de que no somos “la inmensa mayoría de mexicanos” los que aprobamos sus disposiciones. Por el contrario.

“La inmensa mayoría de mexicanos” deseamos vivir en un país tranquilo y seguro, cuyas oportunidades de desarrollo laboral y económico no sean a consecuencia de un país abandonado de cerebros y de manos de obra, o echado a la suerte de la violencia y la impunidad.

“La inmensa mayoría de mexicanos” estamos convencidos de que la educación es nuestra alternativa más efectiva para reposicionarnos como la nación que merecemos ser: fuerte, creativa y emprendedora.

“La inmensa mayoría de mexicanos” anhelamos un lugar muy diferente al que usted ve. ¡Qué lástima para nosotros! porque a pesar de que somos “la inmensa mayoría de mexicanos”, no percibimos otra cosa que a los monosabios que no ven, no escuchan y callan.

PD. No se ofenda Señor de la Secretaría de Hacienda, este ejercicio de imaginación no es más que un acto reflejo del ejercicio de imaginación que usted hizo de mí previamente, al momento de preparar este proyecto económico. Supongo yo que usted supone que yo vivo con una alacena de ultramarinos, carnes finas y quesos importados, que mi salario retaca quincena tras quincena mi cuenta bancaria en el extranjero, y que yo, con esta visión apocalíptica, tengo aún la esperanza de vivir mejor en mi propio país. Señor Carstens, supone mal.

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