La fantasía de la destrucción masiva y de la extinción de la raza humana es algo que ha habitado las mentes, corazones y pesadillas del hombre por muchos siglos, y ha atravesado múltiples culturas.
Los presagios aztecas anunciaban que el retorno del dios Quetzalcoátl se produciría al final del reinado de Moctezuma y lo haría bajo la forma de un hombre blanco. Antes de su llegada -afirmaban- ocurrirían una serie de fenómenos naturales y catástrofes.
Las profecías comenzaron a cumplirse a los tres años de la ascensión de Moctezuma al trono. En 1510 sucedieron un eclipse de Sol y la aparición de un cometa. Al poco tiempo Hernán Cortés desembarcó en las costas de México, pero no pasó mucho tiempo para que los indígenas tomaran conciencia de que no era precisamente el dios que aguardaban.
Ahora bien, un poco más reciente, en 1995, este film futurista asombró a los cinéfilos con la tesis de que los humanos serían exterminados por un nuevo agente biológico. Para revertir tal catástrofe, desde el futuro, es enviado un convicto buen observador, quien tiene la encomienda de tratar prevenir que la mayoría de la población mundial muera y los sobrevivientes se refugien por décadas en el subsuelo.
En el papel del torturado James Cole encontramos a Bruce Willis, a quien los sabios envían una y otra vez a obtener información acerca del peligroso virus, pero lo absurdo de su historia futurista provoca que alerta e intranquilidad entre la comunidad psiquiátrica, por lo que es encarcelado, perseguido, e incluso recluido y drogado en un manicomio.
Ahí tiene el placer de encontrar a la psiquiatra Kathryn Railly, es decir a la bella Madeleine Stowe, quien a pesar de sus dudas fundamentadas conserva una pizca de fe y emoción.
También ahí se encuentra al desequilibrado Jeffrey Goines, que a mi parecer es uno de los mejores personajes de Brad Pitt. Este es un alocado hijo de un magnate farmacéutico, que quizás no sea tan tonto y sí un genio sobre-estimulado, fundador del grupo anarquista de los “12 monos”, a quienes se les atribuye dicha destrucción apocalíptica.
12 monkeys, fue dirigida por Terry Gilliam y rescata el argumento inteligente, preciso y creativo del cortometraje La Jetée, del francés Chris Marker, en el que relató a principios de los 60s la historia de un experimento de viaje en el tiempo, llevado a cabo tras una guerra atómica. Luego, en 1993, también sirvió de referencia para Mark Romanek al dirigir el videoclip de la canción Jump, they say, de David Bowie.
Pero hay más en qué reflexionar cuando la película termina. No es sólo un argumento de ficción, es un buen retrato de los temores de nuestro tiempo, porque al final nos cuenta una suposición bastante creíble y veraz. Ahí tenemos las más recientes epidemias de la inmunodeficiencia humana, de las vacas locas, de la gripe aviar y la nueva influenza humana.
Basta con recordar el descrédito que sufrió el Dr. Ignác Fülöp Semmelweis, cuando en el siglo XIX se atrevió a desafiar a la comunidad científica, argumentando que existían “esas cositas” que enferman a la gente. Antes de él, los gérmenes no existían, nadie se los había imaginado. Entonces ¿por qué no creer que en este preciso momento un loco científico pueda estar armando un elaborado complot con bombas biológicas?
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