NADA MÁS QUE MANIFESTACIONES

Otra de las ventajas de no vivir en la Ciudad de México es que los provincianos no tenemos que andar sorteando aglomeraciones ocasionadas por organizaciones sindicales, uniones populares, partidos políticos, y demás grupos de protesta, quienes realizan de manera recurrente marchas y manifestaciones en las calles capitalinas.

Sin embargo, pese a la distancia geográfica, creo que esta situación sin duda nos afecta a todos… ¡Carajo! Hasta en la imagen que proyectamos de un México imprudente e irrespetuoso del derecho ajeno, que según nuestro prócer de la Reforma Legislativa Nacional: “es la paz”.

Pero ya hablar de paz, al igual que de tolerancia, respeto o justicia, no deja muchas opciones más que pensar que estas palabras se han convertido en estropajos gastados, que a fuerza de restregar tanto los discursos, ya no limpian ni eliminan nada de la basura.

Cierto es que debe haber algún mecanismo de protesta ante la guerra, la intolerancia, el abuso o la injusticia, pero entendamos que no es más que eso: una manifestación, que si bien nos referimos al significado del vocablo, no nos lleva más allá que a una forma de expresión, y no de acción, no de transformación ni de resolución de conflictos.

¿Cómo no se organizan para otras cosas? ¿Qué caso tiene interrumpir las vías de comunicación? ¿Qué se obtiene al impedir que el desarrollo económico y social continúe? ¿Qué han logrado todos los manifestantes?

Gran alboroto causaron durante meses los pejezombies con su plantón en Reforma… ¿Y qué provocaron? Caída en la productividad comercial de la zona, cierre de negocios y destrucción del patrimonio público, obstaculización de la ciudad, y sobre todo un descontento generalizado y mala reputación.

Ahí estuvo también toda la sociedad civil vestida de blanco, no para celebrar una unión amorosa, sino para protestar en contra de la corrupción y la impunidad, ante la violencia y los delitos… ¿Y? Pues marcó una cicatriz en la historia institucional, si la vemos como una desaprobación de los sistemas de gobierno de sus políticas sociales, y de la forma en la que están funcionando (o disfuncionando), pero ¿qué más?

Lo ideal, sí, debía ser que las manifestaciones fueran tomadas en cuenta, que se atendieran los reclamos y se encontraran soluciones, pero es más complejo que sentar a los dos o más involucrados en una mesa para discutir sus argumentos.

Me parece que en este nivel de apatía social y de falta de voluntad de las organizaciones para llegar a acuerdos, una manifestación es tan absurda como marchar a la guerra. ¿Quién es el enemigo? ¿Cómo confrontarlo y ganarle terreno? ¿Quién tiene la razón?

Es justo que los sindicatos reclamen los abusos que cometen los patrones, pero también los comités directivos deberían escuchar los reclamos que les señalan. Al final de cuentas, es un derecho constitucional.

Sin embargo, los tiempos han cambiado y ya no estamos en la Revolución Industrial del Siglo XVIII, el sindicalismo debería empezar por disponerse a que la justicia que tanto prodigan sea real y equitativa, y luego encontrar alternativas más efectivas para lograr sus objetivos.

Si seguimos a este paso, las manifestaciones seguirán siendo nada más que manifestaciones.


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