SOLAS

Bajo la mirada de Benito Zambrano, nos llega esta historia desde el corazón de España, no sólo por su ubicación en un típico barrio pobre de provincia, sino porque seguramente muchas de las familias ibéricas (y lamentablemente de todo el mundo) viven algún tipo de situación similar a que se nos presenta con Solas.

En ella, María Galiano es una madre candorosa, atenta y preocupada por todo desvalido. Una imagen gráfica justa para representarla sería la de una arisca mascota hogareña, que a fuerza de violencia y agresiones se ha vuelto dócil y sumisa. Muchas actrices españolas podrían haberle llegado al papel, pero sin duda Doña María es la percha perfecta para esta caracterización, su andar retraído y su dulzura a flor de lágrimas es inigualable. Si la señora me lo permite, yo podría decir que es prácticamente la abuelita de nuestro imaginario popular, como lo fue en su tiempo Sara García.

En contraparte aparece Ana Fernández que, en el mismo sentido comparativo, tendría que ser una perra recelosa y llena de rabia, a quien los maltratos la han convertido en una bolsa de resentimientos y furia. No es por más, con justa razón vive en la amargura, la vida no le ha sido sencilla, ni cuando estuvo en con un padre alcohólico y golpeador, ni en la calle donde arrastra la desgracia de relacionarse con hombres, iguales o más impulsivos.

A pesar de que la madre nos da una muestra de que muchas de las más dolorosas heridas no son visibles sobre la piel, le queda siempre ese sentimiento de bondad con el que ilumina todo en su camino, incluido el vecino, ya retirado, que se autoproclama como un chismoso profesional, a fuerza de que no tiene otra cosa qué hacer.

El cuadro apunta a ser otra historia complaciente, con un final de esos que a todos dejan a gusto, pero no es tan sencillo como eso, el director hizo de este argumento un libreto inteligente y muy bien llevado, en el que para alcanzar esa gloriosa paz hay que librarse primero de todos los demonios, de los que nos quieren hacer daño y de los que habitan en nuestro interior, sembrados en nuestro corazón con deseos de venganza.

Es una extraordinaria película que hay que ver en cuanto se pueda. Como muchas buenas películas, uno de sus méritos es que al mirarla detenidamente, uno se da cuenta de que seguramente tuvieron que lidiar con un presupuesto recortado, sin embargo esta una buena historia necesitó de efectos especiales. Además sólo hubieran distraído el tema central y muy importante de dar un mensaje en contra de la violencia hacia las mujeres.

Quizás por el tema, por sus buenas actuaciones, por su montaje bien llevado, o por todo junto, es que ha sido condecorada en muchos de los festivales más reconocimos, como el Ariel mexicano, que en 2001 obtuvo el bien merecido premio a la Mejor Película Iberoamericana, año en el que Amores Perros arrasó con casi todas sus nominaciones.

Aunque suene muy cursi, el mejor galardón es el de la audiencia, ya que eso significa que el mensaje llega, es decir que debe erradicarse esa dolorosa costumbre de violentar a las mujeres. Véala y si ve reflejado, aguántese como los hombres, no le apague y dése cuenta de que hay algo que está haciendo mal.

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