EL TRI-UNFO, DEPORTE Y OTRAS COSAS

Llegó el tan esperado encuentro entre los equipos abanderados de México y Estados Unidos. Poco antes de iniciar el partido de futbol los noticieros reportaban que en el Estadio Azteca “no cabía ni un alfiler”.

Bien aplicada la figura literaria por los cronistas deportivos, gracias a que el coloso de Santa Úrsula se encontraba ya a punto del cupo. 105 mil aficionados en el sitio y otros tantos millones que siguieron las trasmisiones en televisión, radio, internet y prensa.

Se vislumbraba una nueva decepción en el ánimo nacional cuando Charlie Davis, marcado con número 9 del equipo americano, anotó el primer gol a su favor, sin embargo la emoción de la porra local estalló de regreso al momento en que Israel Castro empató el marcador al minuto 19. Finalmente con la dirección de Javier Aguirre, sobre la hora, el tricolor aventajó el resultado 2-1, con la anotación de Miguel Sabah.

Cuestión de honor o lo que sea, vencer a los gringos en tiempos de crisis sabe diferente. Ya me imagino cuán poderosos se sintieron los aficionados mexicanos, tanto o más como pasarse corriendo el Puente Juárez-Lincoln con rumbo a los USAs, o como para imponer medidas para la restricción, ingreso y control de los Spring Breaks, o como para proteger el mercado de los productos nacionales, incluyendo el petróleo. Ya parece.

Me sorprende mucho la persistencia del mexicano en apoyar a “su” equipo. En reuniones de amigos o en foros de discusión, permanentemente la Selección Mexicana ocupa el centro de los debates, caldea los ánimos con disgusto y malestar, al igual que llena de alegría y entusiasmo.

Se dice que para no causar problemas hay que evitar hablar de religión, política y futbol. Pese a ello, y a que luego no hago caso de las advertencias, me introduciré en una arriesgada polémica entre los dos últimos tópicos.

¡Cómo me encantaría ver ese nivel de apoyo encausado hacia nuestros atletas paraolímpicos! Quienes por cierto, año con año regresan con preseas y distinciones, muchas más de las obtenidas por los deportistas patrocinados por grandes cadenas comerciales y programas de apoyo social.

¿Qué decir del apasionamiento que podría ser mejor encausado en los procesos electorales? No, no me estoy desviando. Bastan unas breves comparaciones vox populi:
1) La Selección Nacional maneja millonarios presupuestos, con sus respectivos intereses. Los políticos también.
2) Mientras los deportistas cuentan con salarios más elevados, comúnmente su rendimiento se vuelve inversamente proporcional. Entre los políticos también.

Pero a estas dos grandes similitudes corresponden dos grandes diferencias.
1) Las estrategias más exitosas de la escuadra deportiva dejan de lado el protagonismo, esto si se quiere ganar en un verdadero juego de equipo. Para los políticos esas tácticas son más difíciles de adoptar, a pesar de que se les vea “pasarse la bolita” de unos a otros (léase la responsabilidad).
2) La ciudadanía no es la misma que la afición futbolera. A pesar de hay excelentes deportistas y extraordinarios funcionarios públicos, el electorado (que al final es el quien cuenta con su voto) no participa de igual modo frente a las urnas, como lo hace en un partido desde su butaca.

La corona con la que se declaró hoy una victoria, debe ser una enseñanza para nuestra frágil unidad social.

Así como se tuvo que remar contra corriente, cuando los profesionales del balompié se encontraban con el 1 abajo en tablero, también debemos afrontar los desafíos de un México más complejo y demandante.

Al canto del “Sí se puede, sí se puede”, quiero ver un resultado a favor. Como millones de mexicanos, anhelo que las negociaciones trilaterales con los vecinos del norte nos traigan beneficios reales hasta nuestros bolsillos, y que al fin se defina de modo contundente la relación comercial con el más fuerte competidor asiático.

Pese a que el futbol no es mi pasatiempo favorito, no quiero dejar pasar la ocasión de aplaudir el hecho de que el pueblo mexicano “se ponga la verde”, que nos integremos en una comunidad con un objetivo claro y consistente, y que al cabo nos sintamos orgullosos del desempeño de nuestro país.

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